Aquella tarde (22-07-2017)

Aquella tarde…

Llueven los nervios gélidos de memoria inquieta…
Verano, maletas, prisas infinitas… de gravedad maldita…
Volamos por un infernal cielo atropellando nubes y deseos.
Pensar… jugar a destrozar el tiempo sin alas y en vuelo…
soñando con aterrizar bajo la esfera de un mal sueño…
Profecía necia y derrotista de parloteo mudo y seco…
de cruel repaso visual inoportuno, nocivo y adverso…
esa pantalla cegadora aún en el pasillo del cielo quieto…
esos segundos... aún sin pisar tierra, le desgarraron el alma por completo…
El baile de aquellas letras recitando un profético deceso...
agitó los tonos de su corazón arrancándole la mirada…
secuestrándole los pasos, la respiración… y el habla…
como cuando un silencio iracundo fulmina una música romántica, 
como cuando te mira la muerte a los ojos directamente desde la vida…
como cuando la tierra llora sus desventuras por sus cloacas…
¿Dónde archivar la imagen de la guadaña afilando sus entrañas…?
 
Manaban delirios mientras escarbábamos la tierra con el pensamiento.
Los segundos mudos sangraban lágrimas de oscura existencia
que intentamos camuflar entre el lento carrusel de las maletas…
Resecamos los charcos y los cursos de una burocracia eterna
para alinear el esquema de nuestra premura sobre ruedas...
Asfaltos y coches devoraban los paisajes de una vasca y bella tierra
que nos miraba sin vernos porque ese día… era muda, sorda y ciega…
Arrollando rutas, caminos y órbitas,
desanclamos el hilo del horizonte escalando sus ecos…
disipamos sus costuras y derribamos sus huecos…
Con el futuro en nuestras miradas… ocultamente indispuesto…
nuestro viaje se topó con el momento del encuentro.
Un minuto… unos últimos segundos antes de destapar el cielo…
Sentimientos acurrucados en un picaporte esperando un gesto.
Un último segundo… aire… emotividad y arrestos,
silban sus acordes estallando en un magnífico concierto…
silencio… abrazos, cariño, gozo… y besos…
 
Pero en tan solo tres días la vida nos quiso dar un vuelco.
Una tintura azabache marchitó de un golpe nuestros sueños…
Aquella tarde…
en tan solo un instante de un sábado efímeramente eterno,
el verano se sumergió en un feroz abismo de hielo seco…
Con los ojos entumecidos por las balas del miedo…
miramos directamente a la muerte de frente prodigando sus silencios.
Miradas que vagaban descarriadas buceando entre gigantes olas de deseos…
recopilando entre la tempestad tiempos perdidos y pretéritos…
El día luchaba contra las cuerdas en un ring siniestro…
desangrándose en torrentes de indómitos recuerdos…
intentando asesinar al dolor que vive entre las sombras y los ruegos,
exhalando agonizantes segundos amorfos y desérticos…

Aquella tarde…
sentimos el estallido de un tren sin energía pasando de largo sin frenos…
y comprendimos lo que le faltaba a la vida… y lo que le sobraba a la muerte…
Por el mapa de nuestro presente vencido por un pasado imperfecto…
deliraba errante el luto asustado de nuestros pensamientos inquietos…
Se grababa en el aire el arrastre de las cadenas de nuestro dolor preso
recorriendo cada pliegue de nuestras almas y cada célula de nuestros cuerpos,
y después… en aquel pasillo de las despedidas de los silencios yertos,
tan solo resonaban los afinados destellos de cada sentido “te quiero…”

Aquella tarde…
abolimos la dictadura del pánico y revalidamos la vida de lleno
al entender nuestra denodada lucha por matar a la muerte y sus espejos… 
a dentelladas de heladas llamaradas… a envites de un frío férvido... 
Yo... quería recopilar energía positiva y propagarla por el aire…
Como un mantra recurrente… que codicia la magia de la mente…
mi voz, mis ojos, mi corazón y mis brazos recitaban…
«Respira… profundo... ella está en las mejores manos,
tu tranquilidad es su energía, su fuerza y su ánimo…»
Minutos que eran horas ásperas suicidándose a intervalos…
se me iban muriendo las palabras entre la luz y los labios…
La tarde se ahogaba en un mar de estrellas en pleno arrebato,
labrando trincheras sin distancias ni tiempo envueltas en abrazos.
La velocidad del miedo no hallaba el espacio para dividirse en el tiempo… 
en nuestras idas y venidas llovía a jarros el cielo del infierno
rociando nuestra memoria con punzantes copos de tormento…
Pasillo convulso… sala de tiempos desiertos…
pasillo trémulo… teatro de asientos ingenuos…
paraninfo donde se aprende a meditar sobre brillos y lamentos…
Pasillo pálido… sala de anhelos y afectos,
pasillo intranquilo… recinto de presagios y rezos…
coliseo de incansables tabiques tropezando con nuestro universo…
Allí, en esa estancia maldita, volaba una luz perversa
disparando dagas de temor que se clavaban a fuego…
fundiendo la nieve negra de nuestro sufrimiento...
Allí… aprendimos a cruzar la intrincada frontera del valor inmenso…
de volver a creer en la vida… sin recelos.
Temblaban nuestros latidos por la geografía
de la húmeda lumbre que contiene el tiempo…
El estruendo del vago tictac de un reloj que se aburría
enmudeció al son del desbloqueo de la meta del despacho…
Las noticias aguardaban entre los pliegues de una corta lejanía…
Aquel sonido… impávido... ansiado y temido... 
aquella puerta impaciente, aquella distancia con aroma a reclamo…
desembaló una alfombra de entretejida inquietud y sobresaltos…
que recorrimos hasta rasgar en pedazos
las últimas décimas de unos segundos espesos…
para atravesar aquel umbral y encajar nuevas y datos.
Recogimos en un hatillo aterrado nuestras sombras esparcidas por el aire,
extraviadas entre zozobras, esperas, temores y espantos…
y atendimos el invisible borbotón del mensaje más esperado…
Al salir de aquel recinto de crónicas y primicias…
yo alcanzaba a escuchar el rumor de la piel del amor de mi vida 
inquiriendo inéditas complicidades envueltas en caricias…
entre el lápiz y el papel suspirado de nuestras sonrisas…
entre el pincel y el lienzo del nuevo crucero de nuestra biografía …
 
Aquella tarde…
traía bajo el brazo una noche envuelta para regalo…
y cuando, al fin, lo abrimos entre suspiros y abrazos…
un espacio de luz con aroma a esperanza activa…
asaltó el calendario quemando vivas las horas muertas…
La noche, súbita y desnuda, quería nacer más alegre que el día...
Esgrimiendo pulsos, sembrando latidos, aplacando llantos…
deshojamos el viento inyectando luz a nuestros cantos…
y en el seno de la melodía más bonita del firmamento,
arrullamos sus notas y entonamos a coro… «¡ella se queda en la vida…!»
 
El tiempo dejó de tener hambre de silencio…
Las paredes sucumbieron al vernos portar la luna en nuestras manos,
el color sonámbulo de la noche despertó entre chispazos y encantos
doblegado ante nuestros guiños de dicha y entusiasmo…
y los pasillos, antes nerviosos e inquietos…
ahora olían a luz, a coraje y… a milagro…
Sentimos el estallido del tren de la energía
deteniéndose ahora ante nuestros pasos,
regalándonos sus puertas abiertas en el andén de la vida…
paralizando el tiempo… sacudiendo sus lazos…
Nuestras manos entrelazaban lágrimas de valentía,
de promesas de cristal que ardían entre soles nuevos
engendrando a destajo fardos de pura poesía…
desde el reflejo prodigioso del más grande de los sueños,
rozando la estela del oleaje de nuestra alegría…
sin alcanzar a saber si era el día el que pertenecía a la noche
o era la noche quien se había enamoriscado del día...

Aquella tarde…
nos legó una noche portentosamente fantástica
en la que pasamos esa desgarradora página,
aunque… aún mantenemos doblada su esquina…
 
El viaje de vuelta a casa lo hicimos bebiéndonos la oscuridad sombría,
surcando el plácido vergel de aquella noche mágica... 
al son del susurrante vaivén de una luna extraordinaria.
Aquella noche…
el sueño nos acunó en una paz magnífica…
Y ya está… Sigue con nosotros en el carruaje de esta gira revivida…
y ahora, también… atrapada entre los versos de esta acrobacia lírica…
 
Dicen que la poesía de la belleza de la vida
solo puede escribirse y leerse traspasando el dolor…
y yo… hoy mientras escribo...
lo he dejado escondido en el enigma de un reloj,
donde el tiempo atesora sus más íntimos secretos…
aunque hay días que… entre el cristal y el mar…
aún alcanzo a escuchar sus ecos… 

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